29 de julio de 2007

Cicerón (15 de marzo de 44 a.c.)

(…) Pero en la Historia se repite sin cesar la tragedia del hombre de espíritu que, en el momento decisivo, incómodo en su fuero interno por la responsabilidad, rara vez se convierte en un nombre de acción. Una vez más, en el hombre de espíritu, en el creador, se renueva la misma escisión: ver mejor las necedades de su época le lleva a intervenir y en un momento de entusiasmo se lanza con pasión a la lucha política, pero, al mismo tiempo, duda sobre si se ha de responder a la violencia con violencia. Su conciencia retrocede ante la idea de practicar el terror y derramar sangre. Y esa vacilación y esa deferencia en ese momento único, que no sólo autoriza la falta de consideración, sino que incluso la exige, paraliza sus fuerzas. Tras un primer arranque de entusiasmo, Cicerón observa la situación con peligrosa clarividencia. Observa a los conjurados, a los que aún ayer ensalzaba, y ve que no son más que unos pusilánimes, que huyen de las sombras de su propio crimen. Observa al pueblo y ve que hace tiempo que ya no es el viejo populus romanus, aquel pueblo heroico con el que soñara, sino una plebe degenerada que sólo piensa en el beneficio y en la diversión, en comer y en el juego, panem et circenses, que un día recibe con júbilo a Bruto y a Casio, a los asesinos, y al siguiente a Antonio, quien clama venganza contra ellos, y al tercero a Dolabela, que manda derribar todos los retratos de César. En esa ciudad degenerada, reconoce, nadie sirve ya con honradez a la idea de la libertad. Todos quieren únicamente el poder o su bienestar. César ha sido eliminado en vano, pues todos ellos sólo aspiran y pelean por su herencia, por su dinero, por sus legiones, por su poder. Tan sólo buscan el provecho y la ganancia para sí mismos, y no para la única causa sagrada, la causa de Roma.
En esas dos semanas, tras su prematuro entusiasmo, Cicerón está cada vez más cansado, se vuelve cada vez más escéptico. Nadie más que él se preocupa del restablecimiento de la república. El sentimiento nacional se ha extinguido, el interés por la libertad se ha perdido por completo. Al final siente repugnancia ante ese turbio tumulto. No puede seguir entregándose al engaño con respecto a la impotencia de sus palabras. A la vista de su fracaso, debe reconocer que su papel conciliador ha terminado, que ha sido demasiado débil o demasiado cobarde para salvar a su patria de la amenaza de la guerra civil. De modo que la abandona a su destino. A principios de abril deja Roma y –una vez más defraudado, una vez más vencido- vuelve a sus libros en la solitaria villa de Pozzuoli, en el golfo de Nápoles. (…)

Stefan Zweig, “Momentos estelares de la humanidad”, 1929

16 de julio de 2007

la partida (Rubén Gallardo)

sobre el viejo tapete verde raído y descolorido por el tiempo y la mala fortuna, empezó una nueva partida. tenía ante él las cartas que en la primera mano le había tocado jugar. apenas las levantó el ángulo justo para saber que tanto colorido no auguraba nada bueno a su devenir. una mirada más precisa le confirmó que ni siquiera el orden estaba de su parte. desechó tres de las cinco cartas con la incauta esperanza de que aún no estuviese todo perdido, y bebió otro trago antes de conocer las renovadas intenciones de su suerte. de repente, alguna antigua herida le ardió por dentro y quedó paralizado, con la mirada enmarcada y la vida en pausa. justo frente a él pudo identificar, con traicionera claridad, los cuatro ases marcados de la baza contraria que descansaban sobre la mesa con la indeferencia y despreciable seguridad del que se sabe vencedor. las cartas que antaño él mismo había marcado con la ingenua ilusión de ser un ganador, hoy le anticipaban una derrota inapelable sin necesidad de llegar al final del juego. la agónica luz amarillenta del cuarto de paredes desgarradas proyectaba la sombra de una botella de vino, ya vacía, sobre el montante de la apuesta. agotado, dejó caer bruscamente su cuerpo sobre el respaldo de la silla, quedando su mirada fija en una vieja pintura que siempre había estado allí, presidiendo la estancia, y sobre la que nunca antes había reparado. en la escena un bufón enano sonreía mientras dos forzudos hombres calvos y con prominentes bigotes le manteaban por los aires ante las obscenas risas y aplausos de los presentes y la satisfecha mirada del rey. fue entonces cuando decidió, tras comprobar que le quedaba suficiente dinero para agenciarse otra botella de vino, que la partida había terminado. se levantó con equilibrios propios del mejor trapecista, metió los billetes en el bolsillo izquierdo de su pantalón, se puso el cuero de las batallas nocturnas y echando un último vistazo nostálgico al cuarto, donde no había absolutamente nadie más que la presencia estática del bufón y los dos forzudos, apagó la luz y salió a la calle, girando por el primer callejón de neón al encuentro de una nueva partida.

Rubén Gallardo Fructuoso, 2007
(copyleft 2007 bajo una Licencia de Creative Commons)

8 de julio de 2007

Sidonie - "Costa Azul"

“Nuestro nuevo disco habla de la febril búsqueda de lo hermoso en medio de una mediocre realidad, y no lo hace hablando de rocío ni de primaveras, sino de autobuses, ascensores y carmín barato.”

www.sidonie.net