29 de abril de 2007

La máquina del mundo (Diego Vasallo y Roger Wolfe)

Ha entrado ya la luz al cuarto. Busco las sombras de mi cuerpo entre las sábanas sudadas donde yazco. He decidido abolir el tiempo en los relojes —cansado de escrutarme la lengua ante el espejo. Afuera escucho la inexorable máquina del mundo, que pone en marcha su engranaje: funcionarios del caos se hacen con la calle, en la gran ciudad del odio y el silencio.

Diego Vasallo y Roger Wolfe, “La máquina del mundo”, 2006

22 de abril de 2007

El extranjero (Albert Camus)

(…) El fiscal se volvió entonces hacia el jurado, y declaró: “El mismo hombre que al día siguiente de la muerte de su madre se entregada al más vergonzoso desenfreno mató por razones fútiles para liquidar un asunto incalificable de costumbres inmorales”.

Se sentó. Pero mi abogado, agotada su paciencia, exclamó alzando los brazos de modo que sus mangas al caer descubrieron los pliegues de una camisa almidonada: “¿Se le acusa, en fin, de haber enterrado a su madre o de haber matado a un hombre?”. El público rió. Pero el fiscal se levantó de nuevo, se envolvió en su toga y afirmó que era necesaria la ingenuidad del honorable defensor para no advertir que había entre los dos órdenes de hechos una relación profunda, patética, esencial. “Sí –exclamó con fuerza-, acuso a ese hombre de haber enterrado a una madre con un corazón de criminal”. Esta declaración pareció tener un considerable efecto entre el público. Mi abogado se encogió de hombros y enjugó el sudor que cubría su frente. Pero él mismo parecía quebrantado y comprendí que las cosas no iban bien para mí.

Se levantó la sesión. Al salir del Palacio de Justicia para subir al coche, reconocí por un breve momento el olor y el color de la tarde de verano. En la oscuridad de mi prisión móvil, volví a encontrar uno a uno, como desde el fondo de mi cansancio, todos los ruidos familiares de una ciudad que amaba y de una cierta hora en la que solía sentirme contento. El grito de los vendedores de periódicos en el aire ya sosegado, los últimos pájaros en la plazoleta, el reclamo de los mercaderes de bocadillos, el lamento de los tranvías en los altos virajes de la ciudad y este rumor del cielo antes de que la noche caiga sobre el puerto, todo recomponía para mí un itinerario de ciego, que conocía perfectamente antes de entrar en la cárcel. Sí, era la hora en la que, hacía ya mucho tiempo, me sentía feliz. Lo que me esperaba entonces era un sueño ligero y sin imágenes. Y, no obstante, algo había cambiado, pues en la espera del siguiente día, fue mi celda lo que volví a encontrar. Como si los caminos familiares trazados en los cielos del estío pudieran llevar lo mismo a las prisiones que a los sueños inocentes.
(…)

Albert Camus, “El extranjero”, 1942

19 de abril de 2007

las huellas borradas (Rubén Gallardo)

las huellas borradas, perdidas de camino a ningún lugar,
con la certidumbre de no volver a ellas jamás,
alentando, contradiciendo cada uno de mis pasos,
amando, asesinando cada una de mis vidas.

Rubén Gallardo Fructuoso, 2007
(copyleft 2007 bajo una Licencia de Creative Commons)