Así que ya ha acabado todo, se dijo él. Y ahora nunca tendría ocasión de acabarlo él mismo. Así era como acababa todo, riñendo por una copa. Desde que la gangrena se le instalara en la pierna derecha había dejado de sentir dolor, y con el dolor había desaparecido el horror, y todo lo que sentía ahora era un gran cansancio y una inmensa cólera de que aquello fuera el final. Por aquel final, ahora inminente, sentía muy poca curiosidad. Durante años le había obsesionado; pero ahora, en sí mismo, no significaba nada. Era curioso lo fácil que resultaba afrontarlo si se estaba lo bastante cansado.
Ahora ya nunca escribiría todo lo que no había escrito porque pensaba que no sabía lo suficiente para escribirlo bien. Bueno, ahora tampoco tendría que fracasar en su intento de escribirlo. A lo mejor es que nunca podrías escribirlo, y por eso demorabas y aplazabas el comienzo. Bueno, ahora ya nunca lo sabría.
Ernest Hemingway, “Cuentos”, “Las nieves del Kilimanjaro”, 1939
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