Entre amarillentos dedos adictos a la nicotina y miradas perdidas en busca de lo que nunca aconteció sin ni siquiera apercibirse, cada trago amargo de té le reconcilia con su mundo de equilibrios imposibles. Al otro lado del cristal, un perro afgano ciego ladra al cielo, confundido, entre dosis de rabia y resignación. Mientras, en la otra orilla del río, un vagabundo espera que se detenga la corriente, o al menos cambie de sentido. Los tragos amargos se suceden y en cada uno se siente derramar la vida, cada tarde, en la tetería de Abraham.
Rubén Gallardo Fructuoso, 2005
(copyleft 2007 bajo una Licencia de Creative Commons)
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