todo acontecía por momentos a mayor velocidad. el aire golpeaba sus ojos con más fuerza, reflejando como siluetas difusas lo que parecían ser personas aparentemente bien definidas. la sensación era vertiginosa, cada vez más incontrolable, más peligrosa por instantes y, tal vez por ello, más adicta a la vida. de nuevo estaba llegando a uno de los extremos. quedarse en uno de ellos ponía fin al peligro, otra vez quieto y vacío en mitad de la realidad, en mitad de la nada. no pararé jamás, se dijo instintivamente para sí. y lo tenía claro. las manos aguantaban firmes sobre la superficie rugosa de la barra. ¡ahora!. se soltó, la sensación de libertad le desgarró una lágrima por la mejilla, una lágrima que se tiznó de negro antes de caer al vacío. giró todo el cuerpo con exactitud milimétrica y asió de nuevo fuertemente la barra, dirección al otro lado. nunca antes lo había intentado, pero lo había anhelado tanto que parecía un auténtico acróbata. tanto, que las personas aparentemente bien definidas le aplaudían sin cesar, mientras los que le querían bien observaban angustiados y aterrorizados la escena. de camino hacia el otro extremo, se sintió mejor que nunca y la felicidad lanzó una lágrima por su mejilla, un lágrima que se tiznó de rojo antes de la caída libre. más velocidad, más fuerza, más siluetas difusas, más vértigo, más peligro y otro inminente cambio de rumbo requería de toda su atención. las manos habían comenzado a sudarle y sus brazos ya no los sentía como fuertes ramas agarrados a la vida, cerca de la muerte. decidió continuar un poco más, asesinando el pensamiento cómodo de parar. otro giro magistral, otra dosis de libertad, otro cambio de dirección. más aplausos de las personas aparentemente bien definidas. un impulso menor que los anteriores debido al cansancio, permitió que en esta ocasión si escuchara la ovación de las siluetas difusas. no era lo que buscaba, ni siquiera se había dado cuenta de ellas cuando decidió subir. inmediatamente entendió que debía parar, el juego ya no le divertía. un destello de locura le cegó y pensó en soltarse al vacío, al tiempo que se impulsó para caer de pie en la plataforma y agarrarse con instinto de supervivencia animal al mástil central. el trapecio siguió solo su vaivén, cada vez con menos fuerza pero con las trayectorias bien aprendidas, entre aplausos de las personas aparentemente bien definidas, totalmente ajenas al espectáculo que realmente había tenido lugar. una sonrisa invadió su cara, acompañando a la que se dibujaba en su rostro maquillado, al adivinar que su nariz roja había permanecido intacta durante todo el viaje. al tocar lona, alguien que le amaba le esperaba con una sonrisa y dos lágrimas, una negra y otra roja, en cada una de las mejillas. el resto de las personas aparentemente bien definidas quedaron definitivamente como siluetas difusas. ella y él escaparon camino al sur, aprendiendo a vivir sin miedo, amándose al borde del abismo, jugando con suicida naturalidad la partida que todos tenemos con la muerte. fue el payaso loco, fue la trapecista sin red.
Rubén Gallardo Fructuoso, 2006
(copyleft 2007 bajo una Licencia de Creative Commons)
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